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El objetivo central de Estado, mercado y revoluciones: Centroamérica 1950-1990 consiste en responder a unas pocas interrogantes básicas: ¿Por qué hubo revoluciones en Centroamérica en el último tercio del siglo pasado? ¿Por qué en algunos países y no en otros? ¿Cuáles fueron sus causas? ¿Qué resultados alcanzaron? ¿Cuál es el legado que nos dejan, si acaso dejan alguno? Fue terminado de escribir a mediados de 1993 y publicado a principios de 1995 casi simultáneamente en castellano por la Universidad Nacional Autónoma de México y en inglés por Monthly Review Press de Nueva York. La edición de la UNAM se agotó en poco tiempo y, hasta donde sé, no circuló en Centroamérica, salvo unos pocos ejemplares.

 

La presente reedición reproduce el texto original salvo la corrección de algunos errores de digitación que se deslizaron inopinadamente, y la supresión del capítulo que estaba dedicado al análisis del régimen sandinista en la década de 1980. Este capítulo fue publicado de manera separada hace algunos años en Nicaragua y muchos de sus temas eran repetitivos de asuntos tratados en el capítulo IV del volumen original.[1]

 

Mantener sin cambios un texto escrito hace quince años implica, obviamente, que el autor sigue convencido de lo que entonces escribió, y tal es, efectivamente, mi caso. Sigo creyendo que la respuesta a la pregunta acerca de las causas de los procesos revolucionarios centroamericanos, o a la ausencia de ellos, debe tomar en consideración una convergencia particular de elementos socioeconómicos y político-ideológicos, de enmarcamientos objetivos y voluntades colectivas, así como la interacción de fuerzas regionales e internacionales. En el fondo, el libro trata de esa convergencia en algunos países del istmo, y de su ausencia en otros. Señala en consecuencia la no pertinencia de reducir procesos tan complejos a alguno de sus ingredientes, cualesquiera éstos sean: la voluntad de una autodesignada vanguardia, una dada configuración de las estructuras socioeconómicas, la dominación externa, el repudio a la opresión política. En particular, llama la atención sobre la intrascendencia, el anacronismo, o el craso oportunismo, de practicar un balance de esos procesos a partir de lo que sabemos hoy, y no de lo que se sabía veinticinco o treinta años atrás, cuando las decisiones que ahora sabemos que resultaron fundamentales, fueron adoptadas.

 

El libro plantea, en este sentido, que la construcción de un orden político democrático y la configuración de una sociedad más justa --en el sentido de una mejor adecuación del reparto de ganancias y pérdidas a los esfuerzos hechos por cada grupo social— y con más autonomía externa, no tuvo otras opciones en Guatemala, El Salvador o Nicaragua, en los años sesentas y setentas,  que las que parecía abrir la vía revolucionaria. Esto, mucho menos por las lecturas teóricas o el voluntarismo de los revolucionarios –sin desconocer el papel que las teorías y las voluntades siempre juegan en política--, que por el comportamiento de los grupos dominantes y los gobiernos que durante ese lapso se sucedieron en la Casa Blanca. El despotismo dictatorial y la corrupción dotaron a las revoluciones de un horizonte democrático; la explotación y el empobrecimiento les entregó banderas de emancipación social; la subordinación a la política exterior de la potencia hegemónica mantuvo viva la aspiración a la soberanía nacional. Es difícil entender las revoluciones centroamericanas si uno no hace un esfuerzo por comprender en qué escenarios sociales e institucionales se tomaron las decisiones fundamentales.

 

De esas tres dimensiones, es la democrática en la que los procesos revolucionarios tuvieron más éxito. Es verdad que la democracia representativa que hoy existe en Centroamérica difiere mucho de aquella a la que los revolucionarios aspiraban entonces: una democracia de eficacia social en un sentido de progreso, con efectos en las relaciones de poder económico y en el acceso a recursos básicos, y no solamente como vigencia efectiva de procedimientos institucionales. Pero es difícil pensar que sin un desafío revolucionario a su dominación, las élites centroamericanas y los gobiernos estadounidenses hubieran aceptado la apertura democrática. En el diseño de aquéllas y éstos la democracia representativa, aún con las limitaciones con que fue promovida, fue encarada como una herramienta contrainsurgente mucho más que como una ampliación de espacios de libertad, y por supuesto sin reverberaciones en materia de reforma social. Las democracias que hoy existen en Centroamérica son hijas del conflicto entre esta concepción y la que los revolucionarios intentaron realizar.

 

Considerando los altos registros de violencia política a lo largo de la historia de la región, el resultado no es pequeño. La cuenta de votos reemplaza el body count de la guerra y los adversarios ya no reclutan soldados sino electores. El desafío radica en la capacidad de convencer a esos electores, y al conjunto de la sociedad, de la necesidad de introducir transformaciones materiales con el fin de que las reformas institucionales y los cambios en las formas impliquen modificaciones efectivas en la calidad de vida de la gente y la democracia desarrolle raíces firmes y proyecciones amplias más allá de lo jurídico formal.

 

El final de las luchas políticas armadas no ha implicado, empero, la desaparición de la violencia como uno de los ingredientes constitutivos de las sociedades centroamericanas. Sus manifestaciones más explícitas son bien conocidas: linchamientos y otras formas de “justicia por mano propia”, maras y otras modalidades del pandillerismo juvenil,  prepotencia e impunidad como expresión de la ley del más fuerte… De una u otra manera, todas ellas están estrechamente ligadas a la conflictividad reciente y son interpretadas por los analistas como parte de la herencia del conflicto pasado. Ilustran también acerca del largo camino que aún queda por recorrer en la construcción de las democracias centroamericanas. 

 

            Buenos Aires, junio 2009

 



[1] Vid Carlos M. Vilas, Nicaragua: el legado de una década. Managua: Grupo Editorial Lea, 2005.

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