19 de julio 2018, 39 Aniversario de la Revolución Popular Sandinista
Lo que sigue son las respuestas a un cuestionario remitido por una periodista brasileña, sobre los acontecimientos recientes en Nicaragua. Las 7 preguntas de la periodista figuran al final.
1) Es tan dificil precisar cuándo empieza una Revolución como determinar cuándo termina. La etapa propiamente revolucionaria del gobierno Sandinista, es decir la etapa de las transformaciones institucionales, socioeconómicas, de la reforma agraria, la incorporación de muchísima gente a la educación, a la atención en salud, el desarrollo de una conciencia de dignidad nacional en un país que durante décadas había sido gobernado por una dictadura dinástica protegida por sucesivos gobiernos de Estados Unidos ("Somoza es un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta", dijo en una oportunidad Franklin D. Roosevelt), invadido por tropas norteamericanas, enfrentado a una contrarrevolución promovida, financiada y pertrechada por Estados Unidos en una guerra salvaje, esa etapa creo yo que terminó en febrero 1990, con las primeras elecciones realmente libres y competitivas de la historia de Nicaragua. Tan libres y competitivas que ganó la oposición y el FSLN reconoció democráticamente la derrota. Vinieron después más de 10 años de gobiernos conservadores que revirtieron casi todos los avances sociales de la revolución, salvo seguramente esa conciencia de dignidad nacional. Para cuando Ortega volvió a la presidencia con las elecciones de 2006, poco era lo que sobrevivía de los cambios sociales y económicos tras esa década conservadora y la prolongación de la crisis económica.
Muchas cosas cambiaron en la década revolucionaria de 1980, de las que acabo de mencionar algunas. Todas, por supuesto, en niveles básicos porque la pobreza era mucha y la desigualdad profunda. Se redujo verticalmente el analfabetismo, se distribuyó a cooperativas y pequeños agricultores las tierras que habían pertenecido a la familia Somoza, se desarrolló el acceso a la atención primaria en salud y se organizaron masivas campañas de vacunación y prevención de enfermedades típicas de la pobreza. Mejoró la distribución del ingreso y el acceso al crédito de los pequeños productores urbanos y rurales.
2) Daniel Ortega integró la Junta que dirigió el gobierno en los años iniciales (1979-1983) y fue electo presidente en las elecciones de 1983, en plena guerra contrarrevolucionario impulsada por el gobierno de Ronald Reagan. Su vicepresidente fue el escritor Sergio Ramirez Mercado, que desde hace años salió del FSLN y sigue enfrentado a Ortega y su esquema de gobierno.
3) La revolución tuvo tres grandes banderas: liberación nacional, por oposición a la histórica subordinación a los Estados Unidos; democracia popular que conjugaba mecanismos de democracia representativa con impulso a la organización y movilización de las clases trabajadoras, campesinas y medias bajas, transformación y desarrollo económico a partir de la socialización o la estatización de las grandes propiedades de los Somoza, en un esquema general de economía mixta, es decir complementación y competencia entre propiedad privada -grande, mediana y pequeña-, empresas estatales y modalidades organizativas de producción -cooperativas de producción y de servicios, sobre todo.
4) Creo que Ortega y su esposa se sorprendieron por la masividad y la virulencia de la protesta social; no se las esperaban. Es común explicar el inicio de esa protesta por el proyecto de reforma al sistema de la seguridad social de acuerdo a una recomendación de la misión del FMI que estuvo en Nicaragua en febrero de este año. Sobre todo, se sorprendieron que la protesta continuara y creciera aún después que el proyecto de reforma fue retirado. Entonces echaron mano a la respuesta autoritaria: represión brutal y masiva. Pero para su mayor sorpresa, esa respuesta represiva exacerbó más aún la fuerza y la masividad de la protesta, al costo hoy de unos 350 o 360 manifestantes muertos, sobre todo jóvenes.
5) Así como el gobierno de Ortega incrementa la respuesta represiva, los manifestantes suben el nivel de sus propias exigencias. Al principio fueron reclamos puntuales -seguridad social, salarios, problemas económicos- pero a medida que la represión crecía, así también crecían las protestas y se desplazaban desde lo social o económico a lo político. Y lo político se resume en una sola cosa: Que Ortega y su esposa dejen el gobierno, o al menos que adelanten la fecha de las próximas elecciones. Pero al mismo tiempo no hay que olvidar que hace dos años Daniel Ortega fue reelecto con más de 70% de los votos y, sin perjuicio de su masividad actual, la protesta no alcanza ni de lejos a esa cifra. Es decir: la represión masiva a los manifestantes es el rostro más visible y cruel del gobierno Ortega, pero es erróneo creer que la represión policial o paramilitar, o las bandas de francotiradores, son su único sustento. Por eso Ortega se niega a renunciar o a anticipar las elecciones y se aferra al gobierno.
6) La presión de la "comunidad internacional" tiene límites, y eso incluye a Estados Unidos que desde hace años viene tratando de deshacerse de Ortega y lo que queda de Sandinismo; el antecedente más reciente de esto es la Nica Act de 2016 que establece severas restricciones a la economía nicaragüense. Pero Estados Unidos no es omnipotente: fracasó en su intento de derrocar a Chávez vía golpe de estado en 2002; a pesar del gigantesco descalabro de la economía venezolana, no han podido con el gobierno de Maduro. Sin embargo el distanciamiento de algunas fuerzas políticas y figuras internacionales que apoyaron tradicionalmente al Sandinismo, erosiona en el largo plazo las aspiraciones de permanencia de Daniel y su esquema de gobierno. Pero no creo que vaya a caer, salvo que se enfrente a una fuerza más poderosa que la que él despliega. No me refiero a la cuestión de las armas o la violencia. Ciertamente esto no es irrelevante, pero el drama de la oposición, sobre todo de los jóvenes, es la limitación que deriva de la espontaneidad, la frágil organización (si es que existe alguna más allá de las barricadas) y la falta de un liderazgo. Creo que hay que asumir que frente y en oposición a Ortega, en términos políticos, no hay nadie. Ni los obispos con sus dudas, ni los empresarios -a quienes Ortega benefició mucho- ni los disidentes sandinistas -que nunca pudieron arraigar en las masas. Esto Ortega lo sabe, por eso apuesta a la violencia represiva en su expresión más descarnada: "muerto el perro se acabó la rabia". O, tal vez, porque ronda sus sueños y los de su esposa el fantasma del matrimonio Ceausescu y su trágico final en 1989.
7) Creo que una de las razones del fracaso (hasta ahora) de la mediación, aparte de la confianza de Ortega en la superioridad de su respuesta represiva frente a lo elemental de los recursos de los manifestantes, es su escasa representatividad ante una parte importante de la población. Salvo unos cuantos sacerdotes, la jerarquía eclesiástica, fortalecida por el papa Juan Pablo II, se posicionó desde el principio en contra del Sandinismo y contra muchas de sus reformas. El sandinismo que finalmente hizo la paz con la iglesia fue el Sandinismo transfigurado y "adecentado" de Ortega. Lo mismo puede decirse de muchas de las voces extranjeras -políticos, intelectuales, gobiernos. No nos engañemos: no tienen reconocimiento ni legitimación. Y quienes sí podrían aspirar a esa legitimación, por el papel de apoyo que prestaron a Nicaragua y al Sandinismo desde antes incluso del triunfo de 1979, hoy guardan silencio por temor a "hacerle el juego al imperialismo". Peor aún: aún suponiendo que Ortega y su esposa y su núcleo de gobierno salen de escena: ¿qué fuerza, o grupo, o figura, está en condiciones de hacerse cargo?
Entre tanto, el país se desangra y arriba al 39 aniversario de la Revolución en condiciones que nadie nunca habría imaginado.
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Preguntas: