Nota original en Notas Periodismo Popular.
La celebración de la década ganada es ante todo un acto de justicia con el esfuerzo realizado por la sociedad argentina en su conjunto, con la conducción del proyecto nacional, popular y democrático y el liderazgo de Néstor y ahora de Cristina, por sacar al país del descalabro en el que lo hundió la década infame del neoliberalismo.
Pero lo que hemos ganado sólo se sostiene y permanece si es apoyado por la organización y la unidad popular en torno a su conductora, y teniendo en claro lo que sigue, es decir los objetivos hacia los cuales orientar la etapa siguiente y las tareas que para ello deben encararse.
Esto siempre es especialmente necesario en estos momentos, en que la acción coordinada de los grandes medios, los voceros del capitalismo concentrado y los partidos de la oposición, que insisten en que “esto se terminó” y “el kirchnerismo va de salida”. El objetivo de esta campaña es claro: instalar en la conciencia social la idea de que no podremos salir adelante de las dificultades económico-financieras que hemos debido enfrentar en los últimos años y que esa “conciencia” se traducirá en una supuestamente segura derrota electoral el año próximo.
Ante todo debemos tener en claro que las cosas nunca son fáciles cuando se trata de impulsar un proyecto de transformación como el nuestro. Es inevitable afectar intereses constituidos y derechos adquiridos; inclusión social, ampliación de derechos, redistribución del ingreso, regulación pública, impulso al crecimiento económico, no se consiguen simplemente con buenos discursos, sino potenciando una construcción política que haga posible dar los combates necesarios y obtener las victorias: modificar prácticas culturales, producir nuevas normas, estimular comportamientos, aplicar sanciones. En resumen: modificar la correlación de fuerzas y acumular poder al servicio de nuestro proyecto. El resultado de tal o cual “batalla” es relevante, pero lo fundamental es el resultado de la lucha en su conjunto y el sentido estratégico del movimiento.
En este sentido resulta interesante recordar la experiencia del primer gobierno del general Perón. Guardando las debidas distancias, también ese gobierno tuvo que hacer frente a restricciones y dificultades parecidas a las nuestras. Y a través de medidas audaces y oportunas, pudo vencer esos desafíos (inflación, desabastecimientos de productos básicos, especulación, desaceleración del crecimiento) y recuperar la senda de la justicia social sin abdicar soberanía política ni independencia económica. En 1952 las elecciones nacionales permitieron la masiva reelección de Perón y, al mismo tiempo, convencieron a la oposición de que, por la vía democrática, difícilmente podrían regresar al gobierno. A Perón no lo volteó la crisis económica, que estaba en vías de efectiva superación, sino el golpismo gorila.
La experiencia del primer peronismo demuestra, entonces, que si bien siempre hay que esperar conflictos y obstáculos en el avance de un proyecto como el nuestro, esas dificultades no son insalvables cuando existen la voluntad, la sabiduría y la fuerza política para hacerles frente. No es verdad que estemos “condenados al éxito” como tontamente dijo alguien, pero tampoco es inevitable la derrota. Salvo que abandonemos la pelea y ése no es el caso ni del proyecto ni de su conductora.
Algunas de las medidas económicas tomadas recientemente por nuestro gobierno han creado alguna desorientación en los compañeros, tomados de sorpresa y muchas veces sin argumentos para responder a la campaña mediática de los adversarios. Aquí hay que tener en claro la distinción entre los objetivos estratégicos del proyecto y las herramientas o instrumentos de política pública a los que coyunturalmente hay que echar mano. Y sobre todo, desarrollar la capacidad de ver el panorama completo de lo que se está haciendo. Del mismo modo que no es lo mismo conducir una nave en mar sereno que en mar turbulento, la conducción del Estado debe tomar en cuenta las condiciones en las que se despliegan sus políticas y las herramientas que emplea para mantener el derrotero.
Es innegable que este no es un “ajuste estructural” como los del neoliberalismo. ¿Cómo explicar la creación del plan PROGRESAR, la nacionalización de YPF, la permanencia de la actualización periódica de las jubilaciones, la negociación colectivas de los convenios de trabajo, la libre actividad sindical, para mencionar unos pocos ejemplos, en medio de la crisis que nos golpea desde afuera? Estas decisiones: ¿Se toman para incrementar la ganancia del poder económico concentrado o para preservar aunque más no sea en términos relativos las posiciones ganadas por el campo nacional y popular? Si esto fuera un regreso al neoliberalismo, como mentirosamente se alega: ¿Cómo explicar el manifiesto de la Convergencia Empresaria, que critica duramente a nuestro gobierno y propone, ahí sí, una agenda dura de retroceso y la ofrece como programa de gobierno toda la oposición?
Pese a lo mucho que hemos avanzado en estos más de diez años ganados, Argentina sigue siendo un país dependiente, expuesto a los vientos que soplan desde lo más concentrado del capitalismo trasnacional globalizado. Por eso el sostenimiento de lo alcanzado requiere recurrir a acciones y decisiones que no se planteaban en coyunturas diferentes, pero sobre todo meterle el cuchillo a los factores estructurales que entorpecen un mayor avance y, al contrario, empujan hacia atrás.
Cuando en nuestro Movimiento planteamos la necesidad de “ir por lo que falta” nos referimos precisamente a estas cuestiones: la dependencia estructural que aún nos atrapa y que se manifiesta en la llamada “restricción externa” -los desequilibrios en la balanza comercial y de pagos- por la fuerte demanda de importaciones de nuestra producción para el mercado interno y las exportaciones; la extranjerización productiva; las vinculaciones financieras y tecnológicas del poder económico concentrado con el capitalismo globalizado; la persistencia del capitalismo rentista que, ante el crecimiento de la demanda por efecto de la inclusión y la mejora de los salarios, en vez de incrementar las inversiones y ampliar la oferta, opta por subir los precios y alimentar la inflación; los cuellos de botella en la puja redistributiva.
Es mucho lo que hemos hecho en estos diez años, pero para sostenerlo es necesario encarar “lo que falta”: esas dimensiones estructurales que hoy están poniéndole un freno a los que hemos logrado. En último análisis son esos factores estructurales los que hacen posible el recurrente retorno de los “profetas del odio” como les llamó Jauretche. Mayor inclusión y justicia social, más amplios derechos, mejores condiciones de vida, efectiva vigencia de la soberanía ciudadana, exigen modificaciones profundas de esos rasgos estructurales: no sólo para incrementar los recursos requeridos para financiar la justicia social y el desarrollo con equidad, sino para acotar el regreso cíclico, con fuerza potenciada, de los enemigos del campo popular.
Poco de esto será posible si no expandimos y consolidamos la construcción de poder en torno a la conducción de Cristina Fernández de Kirchner. Debemos llegar con nuestra convocatoria a donde todavía no hemos llegado, ampliar las alianzas dentro del campo nacional potenciando la hegemonía popular. Sobre todo, fortalecer nuestras convicciones y nuestra voluntad de seguir dando la pelea en los nuevos escenarios de lo que está por delante.